domingo, 16 de enero de 2011

La Sirvienta del Mal


Prólogo

Un amor traicionado

Era de noche, y, como siempre, antes de acostarse, Bella Elmer solía contemplar las estrellas que brillaban en el firmamento cuando salían, al igual que la luna con su resplandeciente luz blanca, mientras cogía a su bebé en brazos.
             A su pequeño parecía gustarle mucho hallarse en los apacibles brazos de su madre, porque nunca lloraba cuando lo tenía ahí, arropado, y ella lograba calmarlo muy a menudo, como en ese mismo instante, aunque tuviera que zarandearlo para que se durmiera.
            Bella había dejado la puerta de su dormitorio abierta. La mujer había abierto la ventana unos centímetros para que pudiera pasar el aire, ya que al ser un día de mediados de verano, hacía muchísima calor y eso refrescaba la estancia, haciéndola más agradable.
             No había querido encender la luz porque podía despertar a su dormido bebé; sin embargo, sí que había dejado encendida la lámpara de su mesita de noche, la cual se encontraba al lado izquierdo de su cama de matrimonio.
Era una estancia bastante amplia.
            La señora Elmer dejó a su niño en la cuna y lo tapó con las sábanas.
            Después se sentó sobre el colchón con la mirada perdida en el cielo nocturno que veía a través de la ventana abierta.
            Bella comprobó en el reloj que tenía a su lado que ya sobrepasaba la hora normal en la que solía irse a dormir, en cuanto podía conciliar el sueño.
            –Me preguntaba cuándo aparecerías –dijo alguien de repente.
            Una voz fría y clara surgió desde el umbral de la puerta.
            –Pensé que no me permitirías la entrada. Confiaba en que no lo hicieras –matizó la horripilante voz–. La ventana abierta… dándole la espalda a una puerta, también abierta… ¿A qué estas jugando? Creí que, como Embrujada que eres, no me dejarías acercarme a él ni a cien metros de distancia.   
            –Porque –replicó levantándose y volviéndose hacia la oscura silueta que se había materializado de la nada en su casa, bordeando la cama, hasta llegar al pasillo que los separaba– yo también confiaba en que no vinieras.
            La mujer entrecruzó los brazos y miró con odio al ser que estaba a pocos metros de ella.
–Estás tan guapa como siempre. No me obligues a matarte. Apártate, por favor. No quisiera hacerte daño. –Las palabras la sorprendieron, pero la señora Elmer no cedió.
–Si alguna vez me quisiste, Aleone, márchate ahora y jamás regreses.
–No puedo hacer eso. Nunca debimos tener ese hijo... y lo sabes. ¿De verdad crees que podrá vivir con los comunes? Además, no lo aceptarán. ¡Él nunca será adiestrado! Entiéndelo. Su única opción es quedarse con nosotros…, estar con su padre.
–Nadie le pondrá una mano encima mientras yo viva –sentenció Bella, echándole una mirada de profundo odio al Demonio de la Conversión, aquél que había traicionado su amor hacia ella por el Lado Oscuro, de nuevo. No había hecho caso de la posible verdad que Aleone le había gritado sobre su bebé.
–Sea pues. ¿Preparada?
–Lo estoy.
No obstante, cuando iban a lanzar sus respectivos poderes, un berrido procedente de dónde estaba John, el hijo del Demonio de la Conversión y de la Embrujada, los hizo volverse a ambos hacia él, para ver qué era lo que le había empujado a soltar semejante chillido de desesperación.
–¡Aaaaaaah! –Exclamó Aleone, poniéndose ambas manos al pecho, puesto que era de ahí de donde había venido el dolor: ¡su estómago estaba empezando a arder en unas llamas de color rojo sangre! La señora Elmer, aterrada, sin saber qué hacer, intentó correr hacia él para apagarlo, pero ella misma se vio con el mismo problema que él. Sin poderlo evitar, los dos se echaron al suelo, aullando de dolor por la quemazón que le producían las flamas, surgidas de sólo Dios sabía dónde.
Ambos habían caído el uno enfrente del otro.
            Parecían consumirse en las llamas del propio Infierno, por mucho que no consiguieran entender el motivo.
            Hasta que…
            Fue Bella quien alzó la cabeza, a punto de morir abrasada, girarse en redondo para comprobar si su pequeño se encontraba bien, y descubrir que era John quién les causaba tanto sufrimiento y padecimiento.
            Él estaba destruyéndolos.
            Sólo su madre pudo gritar por una última vez, antes de acabar carbonizada por las llamas infernales, como su padre.
–¡¡NOOO!!
            Después, silencio.
            Ni siquiera se oía al bebé, que había sido el causante de la muerte de sus extraordinarios padres, cuyos cadáveres quemados se hallaban iluminados por el esplendor de luz que entraba a través del pasillo contiguo.




1

Naomi

Hacía un día radiante, para tratarse de finales de septiembre. Pero John Elmer se hallaba todavía en la cama, durmiendo plácida y tranquilamente.
            El sol le dio en los ojos, cuando alguien subió la persiana unos centímetros, haciendo que un rayo de sol lo golpeara en la cara.
            –Despiértate, hijo, o llegarás tarde –dijo Laura, la madre del chico, que comenzó a zarandearlo para despertarle. Él maldijo por lo bajo y lanzó una serie de improperios, cuando entreabrió los ojos y vio quién lo había quitado de su ensueño.
Había tenido un sueño tan bonito…

            En el sueño, era un bebé, y se hallaba en los brazos de una mujer muy guapa, de las más hermosas que él hubiera visto jamás. Él la contemplaba desde su regazo y desde ahí podía observar su aspecto…

            El muchacho decidió que ya había dormido demasiado y se levantó de la cama, porque aunque ya estaba despierto desde el momento en que su progenitora lo zarandeara, todavía se había quedado unos cinco minutos en la cama, tratando de recordar el sueño de la mujer que tenía sus mismos ojos, una vez su madre hubo salido de su cuarto.
            Ella le había dejado la ropa preparada a los pies de la cama: un chándal (unos pantalones grises y una camisa blanca junto a unas deportivas del mismo color).
            El joven Elmer se vistió, y salió de su dormitorio para dirigirse al cuarto de baño.
            Cuando entró en el aseo, encendió la luz con un interruptor que había al lado de la puerta. Después, se miró en el espejo que tenía enfrente de él, que estaba encima del grifo. Su homónimo reflejado en el espejo le devolvió la mirada de un chico de once años, no muy alto, de pelo corto y moreno, de ojos verde-azul, de piel morena, aunque no tanto como su cabello. Tenía los labios pequeños y la nariz pequeña.
            John se vio a sí mismo a punto de entrar en el duro mundo de la adolescencia: un mundo lleno de duras y difíciles decisiones que uno ha de tomar para construir su futuro. El muchacho no temía a ese nuevo mundo, que pronto se abriría para él, dado que todos pasaban por ahí alguna vez, y la perspectiva de poder elegir su propio destino no le asustaba ni lo intrigaba; al contrario, lo emocionaba, porque se decía a sí mismo que prefería decidir sus propias decisiones, a que los demás escogieran por él. Pero se preguntaba lo siguiente mientras se lavaba la cara: ¿cuándo empezaría a sentir los cambios? No tenía respuesta para esa pregunta, así que solo cabía esperar.
            Una vez hubo acabado de asearse, se la secó con una pequeña toalla de color rojo que había colgada en una barra de color blanco al lado, se cepilló los dientes con su cepillo y con una pasta de fresa; se enjugó la boca; se pasó el peine por el pelo, peinándoselo hacia delante para que le quedase bien, y se echó un poco de colonia por encima para hacer buen olor. Finalmente, salió del cuarto de baño y se dirigió a la cocina, que se encontraba justamente al lado.
            Entró en la cocina, saludó a su madre, una mujer de mediana altura, de cabello corto y moreno, como él, de ojos azul celeste y rostro algo arrugado por la edad; era una mujer de unos 38 años. Llevaba un delantal blanco atado al cuello y a la cintura. En las manos portaba unos guantes de goma de color rosa que solía ponérselos cuando lavaba con lejía para que no se le desgraciaran las manos.
            Laura, pues así se llamaba ella, estaba sentada en la parte vertical de la mesa, mirando hacia la pared, de mármol blanca, tomándose su café y  zumo de naranja como desayuno. Le había preparado el vaso de leche con cola-cao y lo había puesto delante de la silla que tenía a su lado izquierdo.
            El chico se sentó al lado y la saludó.
            –Hola.
            –Hola –contestó su progenitora, dejando el café en la mesa–. ¿Cómo estás?
            –Bien –respondió él, dando su primer trago a la leche.
            –¿Nervioso el primer día? –inquirió su madre, con una mirada de complacencia que le dirigió a su hijo. Éste no dijo nada y preguntó:
            –¿Dónde está papá?
            –Abajo.
            –¿Sabes? –Comenzó el joven Elmer, después de beberse la leche de un trago–, he tenido un sueño. –John acababa de recordar a esa extraña mujer que casualmente tenía sus mismos ojos.
            –¿Ah, sí? –Se sorprendió la mujer, con fingida indiferencia. Como últimamente él era propenso a que le explicara los sueños que tenía casi todas las noches desde que empezaran las Fiestas Patronales del pueblo hasta que éstas acabaran, ya no le extrañaba que le dijera que había vuelto a pasarle. Sin embargo, supo poner un rostro de completa estupefacción, como hacía siempre que se los contaba.
            –Sí –replicó el muchacho, rotundamente. Aunque Laura no lo supiera, el chico había notado que ya no le importaba tanto que le contara sus sueños como al principio, cuando había empezado a tenerlos–. En el sueño, yo me encontraba en el regazo de una mujer muy guapa. Y, curiosamente, tenía mis ojos... ¿Por qué sueño con ella? Lo que me fascina es que la recuerde con claridad, dado que se supone que en el sueño yo era un bebé. –Al oírlo, su madre se atragantó con el zumo de naranja, al darle un sorbo en ese preciso instante.
            –Bueno, no era nada más que un sueño –comentó ella, tratando de apaciguar sus ansias de relatarle su ensueño, otra vez. Por suerte, al joven Elmer le pasó inadvertido el tono angustioso de su madre, y asintió:
            –Sí, solo ha debido de ser eso. Por cierto, ¿qué hora es? –quiso saber John, cambiando de tema. Su progenitora se miró en el reloj de plata de la marca Lotus que llevaba en la mano y contestó, contenta:
            –Son las ocho y veinte, cariño. Vete ya, o llegarás tarde. Que te lleve papá si está en recepción.  
            –Vale.
            Y así lo hizo.
            El muchacho salió de la cocina, dejando a Laura que terminara de desayunar tranquilamente, fue a su habitación, recogió su mochila de color gris de la marca Naike con los libros que le tocaba ese día, se la colgó al cuello y salió apresuradamente de su casa, no sin antes haberse acordado de coger las llaves.
            Tras cerrar la puerta con llave de su casa una vez hubo salido, apretó el botón del ascensor y esperó a que ésta subiera, inquieto, pues tenía miedo de llegar tarde su primer día de instituto. El ascensor se detuvo delante de él, abriéndose con el ruido del gong que hacían siempre las puertas.
            El chico llegó a la recepción de su hotel y de un salto, bajó los cuatro peldaños de escalera que había enfrente, a poco de torcerse un tobillo, delante de las puertas de madera con cristales del salón, que se hallaban abiertas hacia dentro, dejando ver al fondo un sillón negro y al lado de éste, un sofá, del mismo color. Delante de éstos, había una mesa de cristal con un soporte; al lado izquierdo, había otra, pero ésta más pequeña y de color blanca, con tres sillas alrededor, donde, en la que miraba hacia la televisión, había sentado un hombre de unos 40 años, de pelo canoso, gafas y rostro afeitado, que leía en esos momentos el periódico, con las manos apoyadas sobre la mesa. 
            El joven Elmer miró a su padre una vez estuvo en el umbral de la puerta del salón y anunció:
            –Estoy aquí, papá –el hombre alzó la cabeza del periódico.
            –Perdona, hijo –se disculpó con voz grave–. Ahora mismo te llevo. –Plegó el periódico que estaba leyendo en ese momento y se levantó de la silla, saliendo del salón.

...
             
            Fuera hacía un aire frío, pero aun así había salido el sol, escondido entre las nubes. La moto de Roman, el progenitor del muchacho, se hallaba aparcada a la puerta del garaje. Esperó a que su padre subiera y la pusiera en marcha, arrancándola. John subió a la parte trasera de la moto, y cogiéndose fuerte a su padre, se acomodó en los posa-pies. Cuando el muchacho estuvo sentado, le dio al acelerador y arrancó.
            La condujo con tranquilidad, lenta pero sin pausas, rectamente, hasta que llegaron a una rotonda que tomaba diversas direcciones: (hacia arriba a la izquierda, hacia abajo a la derecha y más arriba, todo recto) y cogieron la que iba hacia abajo a la derecha, para ir al instituto.
            Chicos y chicas de diferentes cursos iban pasando por delante de ellos, una vez Roman hubo llegado y aparcado un segundo en medio de la carretera, porque delante de ellos ya había coches de padres que también traían a sus hijos e hijas a la escuela.
            El chico bajó de la moto, se despidió de él y cruzó hacia la acera.
El vestíbulo del colegio era bastante amplio. En la entrada, a la derecha, se hallaba la Conserjería, con una ventana abierta en ella, en la que se veía a una mujer rechoncha, de mediana estatura, pelo corto y negro, ordenando papeles; a la izquierda, que era el lugar donde se encontraban sus amigas, rodeando a una persona la cual estaba en medio del semicírculo que habían formado, se hallaba el Aula de Audiovisuales; al lado de ésta, se encontraba la del Taller de Tecnología y al fondo, todo recto, estaba la puerta que conducía al patio y a un pasillo que había enfrente cuyo destino era el de las clases de Primero. El joven Elmer le echó un vistazo a un pasillo que dividía la Secretaría de la Conserjería. En el pasillo había lo siguiente: la primera puerta a la izquierda era la de la propia Secretaría donde la secretaria, una mujer bajita también, como la conserje, pero con el pelo largo y rubio, de tez pálida y que llevaba gafas, arreglaba las documentaciones de los alumnos del centro; después, una puerta más hacia delante, tenía dos aulas en conjunto aunque separadas a las que se denominaban Peceras, lugar en el cual se quedaban los castigados en los patios, o aquéllos que querían estudiar con tranquilidad; y al final de la parte izquierda del pasillo, se hallaban los Aseos de los Profesores, justo enfrente de la Sala de los Profesores. En la parte de la derecha, detrás de la Conserjería, se encontraba el Despacho de la Directora, y delante de éste, el del Jefe de Estudios, que estaba entre la Secretaría y las Peceras; detrás del Despacho de la Directora, frente a las Peceras, había una Sala de Esperas y al final del pasillo se hallaba la Sala de los Profesores.
            John caminó hacia a donde se encontraban las chicas con sus respectivas mochilas, que bordeaban a una muchacha de cabello rubio y corto, ojos azul celeste, cara redonda, labios pequeños y muy guapa, de nacionalidad extranjera, que se llamaba Nao-mi. 
            Él se puso entre Mery, una chica alta para sus doce años, de cabello rubio y largo, ojos almendrados y de buena figura, y Elizabeth, la cual tenía el pelo corto y pelirrojo, unos ojos claros y grandes, junto a un rostro infantil y agradable.
            –Oye, ¿quién es? –le preguntó a la más cercana, que era Mery. Ésta le respondió a la oreja en un susurro:
            –Se llama Naomi. Es de Uruguay, pero hace ya un par de meses que está aquí en España. Si no tuvieras esa memoria de pez que tienes cuando te interesa, recordarías que en verano vino un par de veces con nosotras y contigo.  
            –¡Ah! –soltó, mirando a la muchacha de arriba abajo–. ¡Ahora caigo! –La chica que le había nombrado su amiga era aquélla en la que algunas ocasiones, durante estas vacaciones pasadas, había estado con ellas y con él en la playa y yendo por ahí de fiesta, pero nunca iba a imaginar que fuera a quedarse en Peñíscola, y mucho menos que estudiara en el mismo instituto.  
            Como el muchacho se había quedado observándola un rato, ella dijo:
–¿Tan guapa te parezco que no puedes dejar de mirarme?
Todas rieron la gracia de Naomi.
El chico, por el contrario, un tanto avergonzado, contestó:
–No, simplemente intentaba recordar quién eres. No me suena haber visto tu cara muy a menudo por aquí, así que estaba intentando descubrir si eras española o no, pero a juzgar por las apariencias, y por lo que me ha contado Mery sobre ti, eres uruguaya.
–Prefiero ser uruguaya, que un español sin cultura y racista como tú.
Hubo una ovación por parte de las demás, aludiendo el hecho de que ella lo había dejado mal, nada más conocerse, pues sus encuentros durante el verano fueron tan cortos que ninguno de los dos tuvieron tiempo siquiera de presentarse propiamente dicho.
            Tania, una muchacha de piel morena, de cabello largo y negro azabache, ojos marrón oscuro y de rasgos suaves, que estaba situada al lado de Lana, una joven de baja estatura, que llevaba gafas, de pelo castaño claro, cuyos rasgos eran angulosos, y de Michelle, una chica de la misma altura que su compañera, bronceada, de cabello corto, ojos negros y de cara en forma de pan, dijo, tratando de apaciguarlos:
–Eh, venga, dejadlo ya. Acabáis de veros y ya os estáis peleando… Vamos a convivir juntos en clase, y no podéis estar peleándoos continuamente.
–Tiene razón –corroboró Erika, una muchacha también alta pero no tanto como Mery, de rostro feúcho y pálido, pelo largo y marrón, un poco más fuerte que el de Lana, la cual llevaba gafas igual que ella, pero cuadradas en vez de alargadas como ella.
Erika se hallaba frente a Naomi, al lado derecho de Mery.
–Perdonad, chicas –se disculpó el joven Elmer, sin mirar a la joven. La chica tampoco lo miró, pero aun así, dijo:
–No volverá a suceder. Intentaré comportarme en su… presencia. –Puso especial énfasis al pronunciar la palabra “presencia”. 
Cuando ya pasaba un poco de las ocho y veinticinco, una profesora salió del pasillo que había entre la Secretaría y la Conserjería, y se dirigió al grupo.
            –Buenas –saludó, con aspereza–. Soy la profesora Orencia. –Se presentó la mujer. Era alta, con arrugas en la cara y fea, de cabello oscuro recogido en un moño. Vestía una camisa y pantalones marrón claro. Llevaba un maletín negro donde debía guardar todas sus cosas–. ¿Sois de Primero? –inquirió. Todas, incluido John, asintieron con la cabeza.
            –Bien; seguidme –ordenó, y se encaminó hacia la escalera que había al fondo derecho del vestíbulo, la cual llevaba a los pisos superiores del instituto.
            La profesora Orencia los condujo por las escaleras, subiendo hasta que llegaron a un rellano que separaba el primer piso, cuyo camino era todo recto a través de una puerta que había frente a ellos, y el segundo piso, que tenías que torcer a la izquierda, subiendo más escaleras. Les abrió la puerta e hizo una seña para que entraran dentro, al pasillo que había en el interior. Una vez dentro, escucharon el barullo que formaban algunos chicos y chicas de otros cursos que estaban por el mismo pasillo que ellos, pero a la parte derecha.
            A la clase que había a pocos metros, se hallaban los que faltaban del grupo al que formaban el muchacho y las chicas, pues ahí se encontraban los restantes miembros: Anthony, un chico tan alto como él, de pelo corto y rubio, ojos azules pero no tan claros como los de Naomi; Fredrik, de cabello largo y negro, ojos grandes y de color verde, de rasgos exóticos y andar presuntuoso; Arturo, un chico que siempre parecía estar de mal humor, cara de rata y ojos negros y profundos, de pelo pelirrojo como Elizabeth; Mathius era de la estatura de Lana, se había teñido de azul el cabello largo que tenía, sus ojos eran de distinto color, pues el derecho era negro y el izquierdo era marrón, haciéndolo parecer siniestro y estaba cubierto de pecas; y por último, Fabian, un mucha-cho gordito, de piel morena, ojos pequeños y vidriosos, el pelo castaño claro como el de Lana, que durante un tiempo había estado intentando que el chico lo ayudara a conquistar a Mery, porque le gustaba.
–¿Quiénes son ésos? –oyó el joven Elmer que le inquiría Naomi a Elizabeth.
Ella le contestó:
–Nuestros amigos. Anthony, el del pelo corto y rubio, es ése de ahí, el que está al lado del pelirrojo, que se llama Arturo…; el que está a su otro lado, que es el que tiene el pelo teñido de azul, se llama Mathius…; el que está al lado izquierdo de la puerta, es decir, delante nuestra, es Fredrik, y Fabian es el que está frente a él, en la parte derecha.
–No están mal – le comentó con picardía la muchacha a su amiga. Ella le sonrió.
La mujer adelantó unos pasos, les indicó a Fabián y a Fredrik que se apartaran de delante de la puerta, puso la mano en el bolso que llevaba colgado del brazo (de color marrón oscuro) y sacó un manojo de llaves, una de las cuales tenía que abrir la puerta de esa clase.
            Una vez la hubo abierto, les dijo a los muchachos que fueran entrando.
            Cuando todos, tanto los chicos como las chicas, hubieron entrado dentro, la profesora Orencia cerró la clase y fue a sentarse al escritorio que había al lado derecho de la puerta, junto a las ventanas.
–A ver –comenzó a decir, echándoles un vistazo; todavía se hallaban de pie, encabezando el pasillo de la clase– cómo voy a sentaros… 
Todos se hallaban de pie, aguardando a que la mujer les dijera donde ponerse, porque habían comprobado que no iba a dejarlos sentarse donde quisieran.
–Profesora, ¿sabe nuestros nombres? –dijo Elizabeth con amabilidad.
Ella la miró con dureza pero no respondió.
Ojeó la distribución de las sillas del aula, y comprobó que había espacio suficiente para sentarlos tanto por parejas como por separado.
–Fabian y Mathius, ahí, delante de mí –señaló unas sillas que había junto a la mesa del profesor, al lado de las ventanas; iban a sentarse en primera fila. Una vez se hubieron aposentado en sus respectivos sitios, la profesora Orencia volvió a dictaminar los puestos de los demás–: Fredrik y Mery, detrás de ellos. –Sólo quedaban dos sillas vacías al lado de las ventanas, para que dos personas más pudieran sentarse en ella–. Y por esta parte, a última fila, tú y tú –dijo, señalando con un dedo a Tania y a Michelle, las cuales se encontraban a mitad del pasillo de la clase–. Lana y Erika, sentaos aquí, a primera fila, en la segunda hilera, delante de la pizarra y al lado de Fabian y Mathius.
Así lo hicieron.
El problema era que detrás de las muchachas había un asiento solamente, aunque a la profesora no pareció importarle demasiado. Ni siquiera lo mencionó.
–Arturo, tú te sentarás sólo.
–En fin… –musitó él, con pesar. Y fue a sentarse en su sitio.
–Elizabeth y Anthony, detrás de Arturo. Y por último…
“Vaya”, se dijo a sí mismo John, mirando a Naomi, que no le había dirigido la palabra desde que se enfadaran con anterioridad, “vamos a tener que sentarnos juntos… Esto resultará interesante.”
–Tú y Naomi, os vais a sentar allí, en la primera fila de la tercera hilera, junto a Lana y Erika, pero estaréis distanciadas de ellas por un metro, que es la distancia que separa una mesa de otra.
 El muchacho advirtió que ella no había protestado ante la perspectiva que tenía de compartir asiento con un chico que le había parecido racista por no ser español como él, por ser de otro país, de Uruguay…
            La profesora Orencia se acercó a la pizarra, se puso en una posición para que pudieran verla y empezó a copiar el horario, diciendo:
            –Las clases de Plástica van a hacerse en el Aula de Plástica que habréis visto aquí al lado. Las de Tecnología, algunas serán de teoría, en clase, y otras, prácticas, abajo en el Taller de Tecnología que hay junto al Aula de Audiovisuales. Francés se hará en el segundo piso, al fondo del pasillo, justamente al lado de las clases de cuarto, como Religión, que será en el Aula de Desdoble que hay entre la Biblioteca y el Ascensor, que es inutilizable para todo aquél que no tenga problemas médicos –advirtió la profesora Orencia, tajantemente. Acabó de escribirlo y continuó explicando dónde se harían algunas clases–: Educación Física se hará en el Gimnasio, que está al fondo del patio, que puede accederse desde la Cafetería. Y por último, las clases de Informática (para los la hayan escogido,) se harán al final del pasillo, al lado de las clases de segundo y antes de llegar a las Escaleras de Emergencia –explicó–. Por cierto –añadió, mientras se sentaba y veía cómo copiaban el horario, una vez hubieran abierto sus mochilas y sacado cada uno una carpeta para hcerlo–, yo soy la profesora de Castellano. Además, creo que voy a ser vuestra tutora este año.
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             Lunes   Martes   Miércoles   Jueves   Viernes
8:30           C           Inf              M        C.N           T
9:20           S         C.N              C            Ing            C
10:10        E.F       P.V              V            Inf           S
11:00      Patio      Patio          Patio      Patio       Patio
11:25         V          T.T             E.F       T.T          P.V
12:15         M          R                S          P.V          E.F
13:05      Patio      Patio          Patio      Patio       Patio
13:20          Ing         V           T.T           M             R

Una vez lo hubieron copiado, sacó de su bolso una carpeta, rebuscó entre ella y sacó un fajo de hojas que repartió entre los alumnos, al mismo tiempo que les decía cómo iba a estar evaluada su asignatura en el poco tiempo que les quedaba de clase:   
            –En Castellano, se divide la nota de la siguiente manera: un 20% es la actitud más el procedimiento. Es decir, si uno se lleva bien en clase, pero nunca hace los deberes y tiene la libreta en blanco, lógicamente no va a tener los 2 puntos que cuenta esta parte, sino 1, y puede que menos, si pasa olímpicamente de trabajar en clase. Después está el 20% de los trabajos extra. Éstos los iré mandando a lo largo del curso para que cualquiera de vosotros pueda subir nota si por ejemplo, en la media final de los exá-menes se queda entre el 4-5, logrando que suba a un 5. Aunque –aquí se puso seria y miró a sus alumnos que, expectantes, seguían escuchándola–, no subiré esta nota (que es un regalo) si no están todos hechos. Porque no pienso tolerar injusticias. Soy una persona transigente, pero lo que no tolero es la falta de trabajo de algunas personas; por eso, si alguno de vosotros hace únicamente uno en vez de todos, pensándose que igualmente le subiré la nota, no hace falta ni que se moleste en enseñármelo.
            >>Luego, naturalmente, están los exámenes. Quiero intentar hacer cuatro por trimestre, ya que hay doce temas. Para los que no quieran hacer los trabajos y quieran arriesgarse, les contaré un 80% en éstos. Es decir, que no haré media en la actitud si esa persona no ha sacado por lo menos un 4 con la suma y división de los exámenes. Y para los que los quieran hacer, les haré media con la mitad, pero sumando además la nota que hayan sacado en los trabajos. ¿Ha quedado claro? 
Hubo un murmullo de asentimiento general.
Todo lo que había dicho ella acerca de la nota de la materia era importante, por eso el joven Elmer había decidido subrayar todo lo que estuviera apuntado en la hoja que les había dado al principio de clase la profesora Orencia, puesto que era lo mismo que les había referido. Al mismo tiempo que él y sus compañeros guardaban sus libretas de Castellano en la mochila, el timbre que anunciaba el final de la clase desde las 8:30 hasta las 9:20, y el principio de la siguiente, que era la de Sociales –de 9:20 a 10:10– sonaba en ese preciso instante.
            Esperaron un buen rato hasta que el profesor de Sociales entró en la clase. La primera impresión que tuvieron fue que era una persona muy tonta, pero enseguida se demostró que no lo era en absoluto. El hombre era bajo, con poco pelo, de un color marrón claro, ojos grandes y azules, y vestía una camisa a cuadros y un pantalón vaquero azul claro. Cuando cerró la puerta para que no se escuchara el barullo del pasillo contiguo, se presentó:
            –Hola a todos, mi nombre es Hermenegildo y seré vuestro profesor de Sociales durante todo el curso. –Tras presentarse, los chicos y chicas se sonrieron, pues su nombre parecía provenir de la Edad Media–. ¿Vuestra tutora os ha dado el horario y explicado la puntuación de la nota de Castellano?
            Hubo un murmullo de asentimiento.
            Extrañamente, John ya no prestaba atención a lo que él dijera, es más, desde hacía un par de minutos, su mente vagaba hacia otro sitio, estrictamente, hacia la atención de otra persona. Mientras, el profesor Hermengildo, que aún no se había sentado en el rato que hacía que estaba en clase, hablaba lo que iba a darse en Sociales: Economía, Política, Geografía, Demografía, Historia. No podía dejar de pensar en Naomi. Pero era algo irónico porque se encontraba sentado a su lado y una hora antes se habían peleado, y aunque no hubiera sido una pelea fuerte, se habían dicho un par de palabras, y ella no le había mirado en toda la hora anterior; había estado subrayando, como él, con la diferencia de que la muchacha no le había dirigido miradas de reojo como John lo había hecho.
            Al parecer, Naomi debió darse cuenta de que el muchacho la estaba observando, porque en voz baja le dijo:
–¿Qué, tengo monos en la cara?
El chico, sorprendido, replicó:
–No, no… perdona. –Ya era la segunda vez que metía la pata con la muchacha, y estaba empezando a mosquearse consigo mismo. ¿Por qué tenía que ser tan idiota?   
            El joven Elmer intentó ignorar, mientras el profesor Hermenegildo continuaba con sus explicaciones durante el resto de la clase, a la chica que se hallaba sentada a su lado y que era de nacionalidad extranjera, sin embargo, no lo conseguía.
            Algo había en ella que le hacía sentir a John cosas que no había sentido nunca, e imaginaba el porqué del asunto.
            Él temía que Naomi le arrebatara el corazón, que se lo quedara. Pensaba que una muchacha tan guapa como ella no se fijaría en alguien que ni siquiera había sabido cómo tratarla, puesto que se había comportado de una manera muy bárbara nada más verla. Pero le inquietaba que tanto ella como sus amigos advirtieran los sentimientos que estaban creciendo en su interior, momento a momento. Sentimientos que le impedían a John pensar en otra persona que no fuera Naomi. ¿Era eso a lo que se llamaba amor? ¿Acaso estaba enamorándose de esa chica y por eso no había podido evitar mirarla de reojo de vez en cuando, sintiendo que su estómago se revolviera por dentro, sin conocer el motivo exacto? Al principio había creído que se trataba de la falta de hambre, pero luego se dio cuenta, en la clase anterior, de que no era así y que lo que le estaba pasando venían a ser los primeros síntomas del enamoramiento: no poder dejar de mirarla, retortijón de tripas…  
            Sonó la campana del final de la segunda clase y el comienzo de la tercera, la que les quedaba antes del patio. El profesor Hermengildo, les preguntó, mientras recogía sus pertenencias y las guardaba en su maletín (parecido al de la profesora Orencia) de color marrón oscuro.
            –¿Qué os toca ahora?
            –Educación Física –respondió Elizabeth con su suave voz, moviéndose hacia un lado para tratar de ver mejor, dado que Lana y Erika se encontraban sentadas enfrente de ella y Arturo, el cual estaba a su lado derecho.
            –Pues espérense aquí, que la profesora Lidia no ha venido, que es la que os dará esa asignatura –replicó él–. Ahora iré a buscar a un profesor de guardia para que suba a vigilaros, entretanto, no quiero que arméis escándalo, ¿de acuerdo?
Todos asintieron. Mientras veían irse del aula al profesor Hermenegildo con su maletín y cerrar la puerta tras él, todos comenzaron a hablar.
El muchacho, tras mirar de reojo una vez más a Naomi, sintió un leve sentimiento de pesadez al comprobar que era bochorno lo que le había llegado en ese momento, y como todos los demás estaban hablando en voz alta, y ella no había querido iniciar con-versación con ninguna de sus amigas que tenía al lado, dijo:
–Esto… ¿Naomi? –Ella no pareció querer escucharle, dado que ni siquiera lo miró–. Bueno, me da igual si quieres oírme o no, pero no quiero tener que estar sentado a tu lado si vamos a estar todo el santísimo curso enfadados.
–Si no hubieras hecho ningún comentario antes, no me habría puesto así.
–Tampoco he dicho nada grave –objetó el chico, molesto–. El caso es… que quisiera disculparme. ¿Me perdonas si te he ofendido con lo que te he dicho? De verdad, no era mi intención… No soy así. Lo siento.
La chica esta vez sí le miró, y después de echar una ojeada a la clase, al comprobar que no había nadie prestándoles atención, pues cada grupo estaba conversando sobre sus cosas, le contestó:
–De acuerdo, pero tendrás que compensarme.
–Como quieras –repuso el joven Elmer sin alterarse. Le sonrió pícaramente y ella le correspondió devolviéndole la sonrisa.
Justo en ese instante, en el que los dos acababan de ser amigos, entró un profesor en la clase, cuando ya debían de haber pasado más de veinte minutos desde que Hermenegildo, el profesor de Sociales, los dejara para ir a buscar al de guardia, que parecía ser el que estaba entrando ahora. 
El hombre cerró la puerta tras de sí, y observó a los alumnos, los cuales se callaron en seguida.
Era de mediana estatura, pelo corto y negro, y ya empezaba a tener arrugas en la cara.
Se presentó, una vez hubo alcanzado la mesa del profesor y se hubo sentado en la silla con cojín, diciéndoles a todos:
–Me llamo Adolfo, y soy el profesor de Tecnología, pero voy a haceros la guardía de Educación Física, porque Lidia no está.
–¿Qué le ocurre, profesor Adolfo? –preguntó Arturo con cierta ironía. Era como si sólo quisiera saber el motivo por el cuál uno de sus profesores no había aparecido por el instituto más por cotillear que por preocuparse realmente por si le había sucedido alguna cosa mala, cuyo hecho había logrado que no fuera a su primer día de trabajo a trabajar.
El profesor Adolfo debió captar la impertinencia del muchacho, porque le echó una dura mirada y rebatió:
–Eso es algo que no te incumbe.
Los demás rieron.
–¿Tenéis algo que hacer? –quiso saber el hombre, mientras sacaba sus cosas de una carpeta negra que llevaba en las manos para hacer durante el resto de la hora que quedaba antes de que sonara la campana para anunciar los veinte minutos que duraba el patio.
–No, profesor –contestó Michelle, con más educación que Arturo–. Es nuestro primer día de curso, y como verá, apenas hemos conocido a un par de profesores como para que nos hayan mandado ya algo de trabajo.
–¿Ni siquiera la profesora Orencia, la de Castellano?
–En absoluto.
–No quisiera molestarlo con esta cuestión, señor Adolfo, pero… ¿cómo es que ella es así de… no sabría decir… dura… con la gente? –inquirió Mery, con su voz algo aflautada. El hombre alzó la cabeza para poder observarla mejor, y dijo, para sorpresa de todos:
–Conozco a la profesora Orencia desde hace años. Ése es su carácter, incluso entre nosotros, sus colegas, es así de fría e impertérrita. Con el tiempo aprenderéis a verla desde… otra perspectiva. No se lo tengáis en cuenta. No obstante, la historia de la vida de cada profesor no es algo que debiera de interesaros, así que no intentéis buscar res-puestas dónde no las encontraréis, y dedicaos a sacaros el curso. 
Después de esa explicación sobre su maestra de Castellano, nadie se atrevió a comentar ni decir nada al respecto.
Vieron que el profesor Adolfo empezó a hacer faena que había sacado para hacer, y en voz baja, siguieron hablando entre ellos.
John inició rápidamente conversación con su compañera de mesa, al ver la oportunidad, puesto que nadie estaba prestándoles la atención necesaria como para comprender que algo había pasado entre ellos.
–¿Y cómo es que has venido aquí a España, cruzando todo el Atlántico? –le preguntó el muchacho, apoyando ambos codos sobre la mesa, para mirarla directamente a los ojos, los cuales eran tan bonitos que no podía dejar de mirárselos; eso hizo que la chica se ruborizara, pero ella no cedió terreno.
–Porque allí apenas hay trabajo, y mis padres creían que aquí lo encontrarían, y así ha sido. Además, el ingreso para secundaria es más barato también. Pero no eran ésas las únicas razones. De todas formas, como incluyen a algunos asuntos familiares… ten en cuenta que eso no puedo contártelos; todavía no te conozco lo suficiente.
–Ya, claro. Lo comprendo. Pues has hecho bien en juntarte con nosotros, ¿sabes?, seguro que les has caído bien a las chicas, y en cuanto te presentemos a los muchachos, también te caerán bien.
–Mientras no sean tan racistas como tú –señaló Naomi sacándole la lengua, a forma de burla.
–¡Oye! –saltó el chico, indignándose de broma. Le tocó las costillas para hacerle cosquillas y consiguió hacerla reír.
–¡Déjame! –protestó, riéndose.
¿Qué estaba pasando? No hacía ni tres horas que se habían peleado, y ahora ya estaban hablando y riendo como si se conocieran de toda la vida. Además, por lo que parecía, nadie le había hecho ningún comentario sobre el hecho de que la profesora Orencia, su tutora, les hiciera sentarse juntos. Lana… Elizabeth… Mery… Anthony…, todos se hallaban ocupados hablando con sus correspondientes parejas, y no les hacían ningún caso a lo que ellos se dijeran.
El resto de la clase pasó tan deprisa que el joven Elmer no se dio cuenta de que estaba sonando la campana anunciando la llegada del patio.
Los chicos y chicas guardaron sus cosas y salieron detrás del profesor, de camino al patio. Por el pasillo contiguo vieron también cómo otros muchachos de diferentes cursos salían de sus respectivas clases para disfrutar de los veinte minutos del primer patio, porque en la ESO había dos.
No tardaron mucho en bajar por las escaleras e ir a un sitio del patio para aposentarse todos juntos y charlar animadamente sobre las primeras horas de colegio. Todos se acomodaron como pudieron.
John quiso intentar decirle a la muchacha que fueran a dar un paseo, pero no se atrevía delante de sus amigos y de sus amigas, aunque para sorpresa, fue ella la que se lo dijo a él.
–¿Vamos a dar un paseo? Quiero conocerte mejor –dictaminó ante las miradas y sonrisas de las chicas, que estaban hablando entre ellos, al igual que los chicos. Esperaron hasta que todos se hubieran sentado en un huequecito, lejos de la puerta de salida del vestíbulo al patio, y fueron a caminar bordeando la valla de color blanco que había para hablar tranquilamente.
–Perdóname, Naomi –pidió el muchacho, una vez se hubieron alejado unos pasos de su grupo, que les echaban miradas de complicidad y sonrisitas pícaras–, antes me he comportado como un estúpido integrante e intolerante.
Ambos se detuvieron cuando llegaron en el otro extremo de la valla blanca del pequeño jardín que había detrás de ellos.
Se miraron a los ojos.
Los de la chica refulgían.
–No te preocupes –le dijo ella–; por lo menos has sido sincero conmigo, y valiente. 
–Gracias –contestó el chico, condescendiente–. Puede que a veces sea un tonto, pero te aseguro que suelo ser amable con la gente.
–No sé cómo eres en realidad –replicó Naomi–, aunque puedo hacerme una idea por la forma en la que te comportas ahora conmigo.
La muchacha se apoyó en la valla blanca que rodeaba el jardín en el cual se habían detenido, que estaba a unos cuantos metros del campo de fútbol y de básquet que había en el patio del colegio.
–Supongo que a partir de ahora vamos a ser compañeros… y amigos –añadió el joven Elmer, al ver su expresión ausente. Luego se giró para observar qué hacía el grupo y los vio cotilleando un poco, asomando las cabezas por la columna. Sobre todo las de las chicas.
–Sí, eso seremos, con el paso del tiempo, si te comportas.
–¡Ja, ja y ja! –Rió él con sarcasmo; le volvió a tocar las costillas para ver si conseguía hacerla reír, y así lo hizo, como había ocurrido en clase.
–Déjame –le pidió la chica, quitándole la mano con suavidad.
–Como quieras. Dime, Naomi, ¿has tenido novio… alguna vez, o a alguien que te quiera por mucho que tú no lo hayas amado?
–No… ¿Y tú, novia?
–Tampoco, pero he de confesarte que cuando era pequeño me gustaba Elizabeth…
Ella abrió los ojos, sorprendida.
–Es guapa –admitió–, y simpática. ¿Lo intentaste?
–¿El qué? ¿Salir con ella, o decirle simplemente que la quería? Éramos unos críos por aquel entonces. No digo que ahora seamos muy mayores, sin embargo.
–¿Sigues sintiendo algo por Elizabeth?
–No. La olvidé en 5º de Primaria. Sabía que no tendría ninguna posibilidad de que estuviéramos juntos, así que decidí olvidarla. No obstante, me fue difícil. La había querido desde que empezamos a hacer uso de razón.
–¿Por qué me lo has contado? –inquirió la muchacha, echando una ojeada al patio, pues se había reclinado de espaldas al jardín y miraba a los chicos y chicas de diferentes cursos que había por el patio.
–Porque no se lo he dicho nunca a nadie, y necesitaba contárselo a alguien, aunque fuera tarde. Entiendo que te haya molestado, debido a que yo soy casi un desconocido para ti, pero… creo que eres una persona de confianza, y una chica con carácter. Además, m-me pareces guapa.
Hubo un intenso silencio, sólo roto por aquéllos que corrían y gritaban por sus alrededores.
Para disimular que se había puesto incómodo, John alzó la cabeza hacia un cielo todavía despejado para tratarse de finales de mes de septiembre, y se preguntó cuánto quedaría para que tocara el timbre y debieran volver a las clases. Ahora tendrían que dar dos más antes del siguiente recreo, y después, una más, para poder irse a casa a comer, puesto que en la ESO los estudiantes no iban al colegio por la tarde, sino únicamente por la mañana. De 8:30 a 14:10 de la tarde, los de primer ciclo, que abarcaba a 1r y 2ndo de la ESO; y los de segundo ciclo, que eran los de 3r y 4rt, los lunes y miércoles salían a las 15:00 de la tarde, a causa de que les impartían esos días una asignatura aparte. El muchacho pensó que podía haber metido la pata con la chica, pero ella no le dio ninguna señal de parecer molestada por el comentario que le había hecho el chico.
Se sonrojó.
–Gracias –musitó Naomi– por el cumplido.
El joven Elmer se relajó.
Se había temido lo peor… Sin embargo, no había sido respuesta desagradable por parte de la muchacha, y ello hizo que se sintiera más cómodo y seguro de sí mismo, cosa que nunca le había sucedido hasta entonces con ninguna chica que él hubiera conocido con anterioridad.
Naomi fue la primera en romper el tenso silencio que se había producido entre ellos hacía apenas unos segundos, por el simple cumplido que le había ofrecido John a Naomi.
–¿Y si volvemos con el grupo? Así sabremos cuánto queda para que finalice el tiempo del primer patio, ya que no creo que deba quedar demasiado. ¿No has traído almuerzo hoy?
–No –objetó el muchacho, mientras desandaban lo andado y volvían con los suyos, ante sus miradas de picardía y complicidad; el chico se había dado cuenta en seguida de que tanto sus colegas como sus amigas habían estado hablando sobre el hecho de que se había ido a “pasear”, asolas con la muchacha de nacionalidad extranjera, puesto que le lanzaron unas sonrisas burlonas, y las chicas, lo observaban con ansias de saber de qué habían hablado.
–¿Qué hora es? –quiso saber la chica, viendo las caras de sus amigas. Fue Arturo, el que se hallaba recostado en la columna, el que le contestó:
–Ya es hora. Dentro de poco sonará el timbre.
A su lado se encontraban los demás chicos de su clase: Fredrik, Anthony,  Fabian y Mathius, todos echándole una envidiosa mirada al joven Elmer porque había intimado con una de las chavalas más guapas del curso.
Mery, Lana, Tania, Elizabeth, Erika y Michelle estaban sentadas las unas al lado de las otras en el bordillo, esperando a que su amiga volviera con ellas después de que hablara con John.
Cuando sonó el timbre y todos comenzaron a dirigirse hacia las aulas, que se hallaban justamente en el edificio del bordillo dónde se habían sentado, el muchacho pensó en todo lo que había pasado ya en las primeras horas del día, y se preguntaba qué sucedería en los próximos meses en los cuales tuviera que convivir no sólo con la persona de la que creía estar enamorándose, sino también con los amigos de la infancia. El chico sabía, en su interior, que estaba empezando a sentir algo por Naomi, una cosa tan fuerte que tendría que aprender a controlar si no quería que sus colegas y sus amigas le insinuaran cosas que no fueran verdad, o que lo fueran a medias, delante de la muchacha para no ponerlo a él en evidencia.
El joven Elmer no tardaría en descubrir que aquello de lo que se estaba preocupando significaba amor.
Se estaba enamorando de la muchacha de nacionalidad extranjera.


















viernes, 7 de enero de 2011

Las Artes Arcanas

"Las Artes Arcanas" es  una saga compuesta por siete libros que tratará sobre cómo dos jóvenes, John Elmer y Naomi Crawl, los respectivos protagonistas, se enfrentan a duras dificultades para cumplir con su deber y encontrar el destino dentro de este universo. Porque ellos no son unos niños normales y corrientes, sino que son respectivamente un brujo y una bruja. Y como tales que son, deben de cumplir con sus obligaciones para el mundo al cual pertenecen. Se enfrentarán a un sinfín de demonios o seres oscuros, tendrán que lidiar con el anonimato del día a día (porque los comunes, los que no pertenecen a las Artes Arcanas, no deben de enterarse que existen practicantes de la Magia, infantes de la Brujería, hechiceros y hechiceras, ni demonios u otras criaturas), también a su vida rutinaria y cotidiana de ir al instituto, estar con sus amigos... Asimismo como a brujas malvadas y a seres mitológicos que pertenecen al Lado Oscuro. ¿Podrán estos jóvenes adolescentes cumplir con su destino antes de que se avecine una guerra? ¿Por qué son tan importantes el joven Elmer y la joven Crawl? ¿Cuál es la verdadera función de estos chicos? ¿Serán capaces de afrontar el porvenir tras haber entrado en el mundo de las Artes Arcanas, o sucumbirán a su ingnominioso poder? El destino de todos está ahora en sus manos...

¿De qué lado estás tú, del del Lado Oscuro, o del Camino de la Luz?
¿Brujo o demonio?
¿Qué parte de John elegirías...? 

7.EL PODER DE LA SUPREMA OSCURIDAD (ÍNDICE)

1-Lord Fáldor abre el Regio Portal
2-Claire desafía a Naomi
3-Diablo escapa de su prisión
4-El séptimo año de brujo
5-Lucifer llama a los ángeles caídos
6-Empieza la guerra
7-El Demonio del Fuego Maligno combate contra Diablo
8-Lord Fáldor absorbe los poderes de Lucifer
9-El duelo final entre los jóvenes
10-El muchacho toma las Dagas del Poder
11-El último aliento de la hechicera
12-Un obstáculo imprevisto
13-El joven Elmer y el Demonio del Infierno luchan
14-La chica pugna contra el Demonio del Fuego Maligno
15-Lord Fáldor absorbe el poder de la Suprema Oscuridad
16-John e Infernus vuelven a ser uno 
17-La caballerosidad del Demonio del Fuego Maligno
18-Retorno a la Tierra de la Oscuridad
19-El muchacho regresa con el alma de Naomi
20-La muchacha vuelve del Lado Oscuro
21-El arrepentimiento de la chica
22-La ira de Lord Fáldor
23-“¡No volverás a tocarla!”
24-Los ángeles caídos sirven al Demonio del Fuego Maligno
25-La batalla sigue en pie
26-Un beso de amor verdadero
27-La Magia Insondable
28-El fantasma de Claire
29-La Magia Profunda e Irrevocable
30-Lord Fáldor lidera la contienda
31-Mery se prepara para pelear
32-Ante la Puerta de San Pedro
33-Naomi y el chico buscan refuerzos
34-El resurgir del Fuego Sagrado
35-La caída de la Muralla Sagrada
36-La Espada de San Miguel Arcángel
37-El combate definitivo
38-Reina la paz
39-El Juicio de los Ángeles
40-El exilio de Tephros
41-Bajo un nuevo amanecer
Epílogo: Una nueva vida


6.LA TRÍADA OSCURA (ÍNDICE)

1-El Demonio de los Océanos
2-El muchacho cumple dieciséis años
3-Batalla contra los Oscuros
4-Finalmente la Secta Oscura es aniquilada
5-Los últimos lores
6-El poder desatado de Naomi
7-Convergencia de los practicantes de la Magia
8-Algo malo está ocurriendo
9-La última asamblea
10-Plan de guerra
11-El encuentro
12-Focalor actúa de nuevo
13-Muere el Demonio de los Océanos
14-Una petición a Mery
15-El mensaje de la Guardiana
16-“No puedes librar la batalla que se avecina sólo…”
17-El antepasado de John
18-Los designios de los tres lores
19-La Hermandad Sombría se pelea con Naomi
20-Lord Fáldor tiene una visión del futuro
21-Los neutrales hacen aparición en escena
22-Alguien practica en secreto la hechicería
23-El ritual de los elementos
24-Se rompe la división de los planos
25-Colisión
26-La Hermandad Sombría descubre la verdad sobre su jefe
27-El Demonio del Fuego Maligno convoca a los incorpóreos
28-La última función de los Guardianes del Mal
29-Una revelación importante
30-La parte demoníaca del muchacho cobra vida
31-El equilibrio a punto de quebrarse
32-Lord Fáldor lucha contra la Hermandad Sombría
33-Claire es una poderosa hechicera  
34-Las estrellas se oscurecen
35-El chico, la hechicera y la Señora Oscura
36-Dantalian y Beelzebub

5.LAS MATERIAS DE LA LUZ (ÍNDICE)

1-El funeral
2-La Orden de la Santidad
3-El verdadero nombre de Galdoren Eleazar
4-El Demonio del Fuego Maligno se entera de algo interesante
5-El mito de la creación
6-La búsqueda de las esferas de luz
7-Comienza el espectáculo
8-La misión de los Ipswich
9-Lady Perfidia mata a Arturo y a Fabián
10-Lord Fáldor encuentra las esferas de luz
11-Los primeros efectos de la contaminación
12-Desastres naturales
13-John vence a la Hermandad Sombría
14-La cólera de Mery
15-El grupo se divide
16-La Cruz Inversa
17-Sólo queda una esfera de luz
18-Naomi decide matar a Elizabeth
19-Aún queda esperanza
20-La parte oscura del muchacho toma el control
21-El secreto de Medea
22-Las magas guardianas
23-Peñíscola sumida en el caos
24-Phetra es la última esfera de luz
25-El secuestro de Sabrina
26-Baalberith mata a las guardianas
27-La tortura y la muerte de Sabrina 
28-El Demonio del Fuego Poseedor contra el chico
29-“¡Protejamos a la última esfera de luz!”
30-Focalor salva al joven Elmer

4.LA DAMA DEL FÉNIX (ÍNDICE)

1-Anarquía en el Submundo
2-La Secta Oscura asume el mando
3-La regenta Naomi
4-El Templo Sagrado de Egipto
5-La Leyenda del Fénix
6-El Cristal del Corazón
7-La tía abuela de John
8-Miranda le cuenta la verdad a John
9-El muchacho entra en estado demoníaco
10-La escogida por el ave de fuego
11-Lady Perfidia se alegra de su nueva fuerza
12-Agalariept y Naamah mueren
13-El destino acecha a los jóvenes
14-Arde el Libro Negro del Poder
15-La Prueba del Fuego Sagrado
16-El chico conoce la verdad sobre su familia
17-La decisión de la joven Fleöhr
18-Perdiendo potestades
19-El súbdito de Mefistófeles continúa vivo
20-Naomi se presenta ante el joven Elmer
21-Galdoren Eleazar protege a la pandilla
22-Endthelien es descubierto
23-El sacrificio del Maestro de la Magia
24-Las palabras del Fénix