viernes, 7 de enero de 2011

EL PRIMER ARCANO.

Hace 5000 años, en unas tierras áridas del nordeste de un país sin nombre, llegó un hombre surgido de la nada, portando dos pequeñas dagas en las manos, que anduvo sie-te días y siete noches por toda la nación, esparciendo sus dones, aunque luego no perdu-rara su permanencia allí.
            La historia de Imeón Powell –el Primer Arcano– empieza así…

            Imeón no dejaba de pensar que él había sido elegido con un único propósito: ha- cer que hubiera practicantes de la Magia, infantes de la Brujería e incluso invocaciones secretas en la hechicería, aunque milenios después la prohibieran. El porqué de sus elecciones a quiénes les entregaba estos preciados dones, eran un misterio. Algunos de-cían que los escogía a través de unas pruebas que les hacía realizar; otros comentaban que el hombre podía ver dentro de los corazones de las personas y si veía que sus senti-mientos eran de una manera u otra, les concedía cierta Arte Arcana en concreto. Ade-más, como había de actuar imparcialmente, también tenía que entregar el don de la he-chicería, que es comúnmente conocida como Magia Negra. Se decían también que era un imperecedero, que no podía morir a menos que lo asesinaran, puesto que las enfer-medades mundanas no le afectaban como a los demás.
            Sin embargo, un imperecedero no es alguien que ha conseguido realizar correc-tamente el rito prohibido de la Magia Profunda e Irrevocable de la inmortalidad, sino que es alguien que ha sido obligado a vivir durante determinados cientos de años para que cumpla su cometido por mucho tiempo, hasta que sea conveniente pasar a la otra vi-da.
            Pero Imeón no se quedó en ese país al cual apareció esparciendo sus dones por primera vez, sino que viajó por todos los rincones del mundo, incluso hasta por las zo-nas en las que se decía que habitaban bárbaros e indígenas que hablaban otras lenguas y que estaban bastante subdesarrollados en comparación de otros pueblos o civilizaciones.
Estuvo en Persia, en Egipto, en Babilonia, en Alejandría, en Constantinopla, en Atlantis, la Ciudad Acuática…
            Se hizo famoso por viajar por todos esos lugares tan míticos y legendarios. Tam-bién estuvo en Roma en el auge de su poder, en Atenas, en Esparta, en Bretaña…  E in-cluso en las tierras desérticas de la India.
            Su capacidad de elección, decían, no tenía nombre.
            Aparte, sus otros cometidos eran proteger y servir a la humanidad, y como por aquel entonces no había demonios –seres oscuros– con los que combatir, se dedicaba por entero a ayudar a aquellas personas que tuvieran enfermedades de cualquier tipo, ya fueran congénitas, mentales, degenerativas, etc. Al fin y al cabo, él mismo tenía poderes y era capaz de realizar toda clase de conjuros y ritos paganos conocidos hasta la fecha. Sin embargo, cuando ya se acercaba el milenio de su existencia, ocurrió algo inespera-do: en uno de los países del Norte de la Tierra cuya visita estaba haciendo precisamente en esos instantes, una voz oscura, potente y maligna, se oyó en su cabeza.
            <<Elévate hasta el cielo y allí adonde veas una silueta con capa y capucha de ta-maño descomunal, me encontrarás. Asegúrate de que vienes solo. Demasiado tiempo llevas esparciendo los dones de las Artes Arcanas… Deja que otros se encarguen de propagar sus propios dotes.>>
                La voz sonaba terrible y amenazadora, pero Imeón no se amedrantó.
            <<Allí estaré.>> Contestó solamente, con voz firme y poderosamente grave.
            El Primer Arcano, pues así fue cómo empezaron a llamarlo en los años posterio-res a su muerte, usó sus poderes de levitación en la Brujería y con un hechizo de direc-ción, localizó al ente que le había hablado telepáticamente, hasta hallarlo a kilómetros y kilómetros de distancia de dónde él se encontraba, a unos cuantos pies del suelo.
            Por suerte para Imeón, no temía a las alturas.
            Lo cual hubiera sido completamente irónico, dado que su poder no era ni más ni menos que la capacidad de volar ligeramente por el aire, empleando este elemento para lograrlo.
            El Primer Arcano era un hombre de complexión atlética, fornido. De toscas fac-ciones pero guapo, de pelo corto y de color blanco, ojos cristalinos que no solían mos-trar nunca expresión alguna. Llevaba una túnica de color plateada bordada de estrellas doradas. En ambas manos portaba las denominadas Dagas del Poder que encontró en un lugar innombrable, cuya ubicación fue bastante difícil de hallar, pero que gracias a la Guardiana del Cielo de entonces, pudo encontrar.
            Tanto la una como la otra eran de lámina aplanada y remate agudo, más largas que un puñal pero más cortas que una espada, de doble filo y guarda para proteger el pu-ño. La guarda de la daga que llevaba en la mano derecha era de color blanco, con un diamante incrustado en el centro del tamaño y la forma de un ojo de color rosa, cuya ho-ja de doble filo era de color rojo sangre; en cambio, la guarda de la que tenía en la ma-no izquierda era de color negro, también con un diamante incrustado en el centro pero en vez de ser de color rosa, era de color platino y la hoja de doble filo era de color dora-do.
            Cuando vio a la imponente figura, a unos metros por delante de él, un par de centímetros más alta que Imeón, éste le lanzó la daga de la guarda de color negro con el diamante de color platino y la hoja de color dorada, y él se quedó con la otra, la que te-nía la guarda de color blanco con un diamante rosa y una hoja del color rojo sangre. El ser con la capa y capucha oscuras la cogió al vuelo de puro reflejo, mostrando una ma-no putrefacta, podrida y llena de pústulas, como si hubiera estado debajo del agua el tiempo suficiente como para tenerla muerta.
            El Primer Arcano sintió un ligero asco hacia esa criatura, fuera la que fuera.
–¿Quién eres? –se interesó en saber Imeón. Sabía que hubiera sido demasiado maleducado si habría preguntado: “¿qué eres?”, así que decidió reformular la cuestión a “¿quién eres?”, para quedar mejor.
–Soy aquél que llevará la destrucción a tu pueblo. Soy Mefistófeles, pero por es-tas tierras se me conoce como el Señor Oscuro, o el LORD Inframundus. Nací ocho-cientos años después de ti, aunque me mantuve oculto, extendiendo mi maldad allá a donde mis pasos me llevaran.
–Así que fuiste tú quién me envió a esos miserables demonios que se hacen lla-mar los Oscuros… Siento decepcionarte, Mefistófeles, pero los derroté sin emplear mu-cha de mi fuerza interior. Eran basura. Ni siquiera tuve que usar las Dagas del Poder. Y eso que eran doce, más el líder, trece, contra uno. Los derroté no una, sino tres veces, casi consecutivas. No quise destruirlos porque quería que te enviaran un mensaje: que dejaran en paz a mi esposa e hijos. Zulia Allende es mi mujer, y mis hijos son Raven y Helena Powell.
–Lo sé –dijo sin más el Señor Oscuro con su terrible y amenazadora voz– por eso he venido hoy aquí. Para enfrentarme a ti cara a cara.
–Empecemos, pues. Espero que te hayas dado cuenta de que como muestra de voluntad, te he dado una de las Dagas del Poder. Una se quedará en el Camino de la Luz, y la otra estará en el Lado Oscuro. Cada una se imbuirá de la fuerza del bien y del mal.
–Me parece bien –arguyó el LORD Inframundus–. Pero basta ya de tonterías. He venido a retarte un duelo de poder, si es que tienes lo que hay que tener para enfrentarte a alguien como yo. Mi poder no es el mismo que el de los miembros de la Secta Oscura, ni que el de su líder, por mucho que sea un “lord” de nivel intermedio. Yo soy superior a ellos. Ahora lo comprobarás.
–Eso espero –repuso el Primer Arcano sin inmutarse ante la reacción de Mefis-tófeles– pues me decepcionaría que como rey de los demonios que eres, no fueras más fuerte que el resto de tus subalternos.
El Señor Oscuro gruñó, pero no replicó y se puso en guardia.
Imeón hizo lo propio y empuñó su Daga del Poder con la mano derecha.
El primer encantamiento, que lo dijo sin pronunciarlo en voz alta, fue el LORD Inframundus.
De la punta de la hoja de doble filo de color dorada surgió una llamarada de ta-maño colosal que cruzó en un abrir y cerrar de ojos la poca distancia que lo separaba de Imeón, al mismo tiempo que éste hacía un complicado movimiento con la daga de la hoja de color rojo sangre que se había quedado, haciendo que de la punta donde hubiera tocado el aire, saliera un espejo poniéndose entre el Primer Arcano y la llamarada que había confeccionado Mefistófeles, actuando de escudo reflector, pues cuando la llama-rada, que era de un naranja y rojo intensos lo golpeó, le fue devuelta por el espejo re-flector, que se hizo añicos al contacto del fuego, hacia el Señor Oscuro. Éste cortó la lla-marada lanzando un sablazo en medio del fuego con la daga cuando estuvo a punto de alcanzarle.
Rápidamente, Imeón contraatacó, cortando el aire en dirección hacia el LORD Inframundus con su arma y del borde de la hoja de doble filo del color rojo sangre e-mergió un chorro de luz plateada como el metal que se formó en un anillo alrededor de Mefistófeles, como un cinturón de ataduras. El Señor Oscuro no se acobardó y mirando por todos los lados, observó que estaba atrapado por ese círculo de luz plateada y se en-colerizó. ¡Al rey de los demonios no se le podía encarcelar y dejarle así sin más! Pensó un hechizo y como si la daga fuera una espada, la blandió en cuatro grandes tajos de iz-quierda a derecha, de norte a sur, haciendo que cuatro flechas manaran en los sitios que había cortado, a fin de que chocaran por los cuatro puntos cardinales contra el anillo del haz de luz plateada. En cuanto lo hicieron, éste se disolvió.
Se había liberado del encantamiento del Primer Arcano.
El duelo de poder entre esas dos fuerzas no parecía acabar nunca.
No obstante, fue al propio Mefistófeles al que se le ocurrió el hechizo que derro-taría a Imeón.
–Hay un conjuro que puede derrotarte, Powell, y lo sabes –dijo con malicia el Señor Oscuro, apuntándole directamente al corazón con su daga, estirando el brazo al máximo hacia él.
–No te atreverás –murmuró Imeón, verdaderamente asustado–. ¡No es necesario realizar ese hechizo, LORD Inframundus! Ese encantamiento fue inventado para des-truir a los Señores de la Oscuridad si alguna vez salían de su encierro. ¡No tienes el de-recho ni la potestad para conjurarlo en un combate de poder! ¡Te expulsarán del Sub-mundo; irás a la morada Cuyo-Nombre-No-Debe-Pronunciarse!
–Si tanto miedo te ha hecho sentir la mera mención de este encantamiento, es que debe de ser realmente poderoso. Debería de emplearlo. Según tengo entendido, es la unión de la Magia Insondable y de la Magia Profunda e Irrevocable; la unión de la alta Magia y de la alta hechicería. Me parece que solo hay dos o tres embrujos que juntan ambas clases de Magia, ¿no es así?
–Así es. Pero incluso así, no hay necesidad de ello. También yo conozco el he-chizo que lo desviaría.
–¡Mientes! –Rugió feroz Mefistófeles–. Si lo supieras, no habrías padecido tal temor en cuanto lo nombrara.
–Me rindo, Señor Oscuro –dijo de pronto el Primer Arcano, arrojando su daga al suelo, haciendo que cayera a miles de metros por debajo de ellos–. Has combatido bien, hasta lo has hecho con ecuanimidad, para tratarse del rey de los demonios. Mi vida ha sido demasiado larga y extensa, aun tratándose de mí. Me maldijeron postergándome la vejez con el fin de que creara a más arcanos. A fin de que hubiera magos, magas; bru-jos, brujas; y hechiceros, hechiceras. Pero esto no es vida para nadie. Un imperecedero no es alguien que ha conseguido conjurar el hechizo de la inmortalidad de la Magia Profunda e Irrevocable, ni uno de los Inmortales –los seres celestiales– que han sido a-graciados con la “Gracia” de Dios.
–Entiendo.
<<Antígona, debes de decirle a mi familia lo que ha sucedido. ¡No hagas pregun-tas ni me interrumpas! Esto es importante. La Daga del Poder que he empleado para lu-char contra el LORD Inframundus ha caído en un lago. Debes encontrarla y dársela a mi familia. Protege a Zulia Allende, mi mujer, y a mis hijos, Raven y Helena Powell. En especial a Raven. Él no lo entenderá… Por favor, protégelos. Es lo único que te pido. Gracias por todo. Debo morir. Sacrificarme por ellos es lo mejor que puedo hacer.>>
<<Así se hará, Imeón. Que la sangre de tu linaje perdure para muchas generacio-nes futuras.>>
Nada más terminó de hablar telepáticamente con Antígona –la Guardiana del Cielo de la época del Primer Milenio de las Artes Arcanas–, Mefistófeles hincó la daga en el aire hacia delante, y un fino rayo de color negro salió de la punta. El Primer Arca-na abrió los brazos y dejó que el hechizo de la muerte le golpeara de lleno en el pecho, matándolo al instante.
Imeón cayó hacia abajo a la velocidad de la luz por la presión del aire, pero se convirtió en leyenda, pues sería el primero de su especie, y aparte, sería el primero en muchos años posteriores a su llegada, quien se enfrentara al Señor Oscuro en un duelo de poder y no solo lo igualara en destreza y sabiduría, sino que estuviera a punto de de-rrotarlo, pues de no haberse rendido, esa pelea se habría alargado hasta el fin de los días dado que ambos tenían la misma fuerza.
El Primer Arcano se había sacrificado para que los suyos prevalecieran, ya que antes de que le lanzara el conjuro, le había dicho telepáticamente al LORD Inframundus que por un tiempo, hasta que Raven y Helena tuvieran descendencia, dejara en paz a su familia.
Mefistófeles así lo hizo y con ello, permitió que la sangre de los Powell, que la sangre de Imeón –quién fuera el Primer Arcano–, existiera en la actualidad, aunque con otro apellido, con el apellido Elmer               
   
           
           

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